A la Iglesia le ocurre como a la justicia, a veces tan sensible a los vientos del poder, tan frágil, y a veces tan dura. Los jueces suelen ser rápidos para lo que les conviene. La Iglesia Católica catalana ha corrido presurosa a alinearse con la independencia, si es democràtica y pacífica. Curioso: la misma jerarquía eclesiástica que no habla de los seres que mueren en pateras, que mira a otro lado cuando se manifiestan indignados, que es tan cachazuda a la hora de castigar a sus ovejas negras, que no mueve un dedo por la salud y libertad sexual, que no atiende como debiera la violencia machista,  que relega a la mujer en su seno, que  no asume su asociación  con el régimen criminal  de 1939, que ha promovido insumisiones de conciencia cuando las leyes civiles no le han gustado, que no renuncia a los privilegios de 1977,  que no quiere la democracia para sí  y que, en suma, es tan exasperantemente lenta para ayudar a quienes no son sus feligreses políticos. Vistas así las cosas, dar prioridad a la teorización de la independencia suena a oportunismo para no afrontar otros problemas. Decir amén al poder soberanista de la Generalitat del que no se critican sus recortes sociales supone una grave ofensa a la sociedad que aún la sostiene.  Para más inri, ¿se tomarán la independencia de Catalunya como una religión más?